Si las ganas de llorar se convierten en mis compañeras, tal vez deba comenzar a temer que la vida me pese demasiado para no poder soportar el peso. Que un día mis brazos se caigan, se den por vencidos y decidan mirar la destrucción del paisaje luego de la caída.

Mi entrecejo continuamente fruncido, mi enojo constante, mi rabia retraída, guardada, se convierte en gritos y en golpes, se vuelve huracán y marea y derrumba creencias, derrumba tranquilidades y sonríe malévola.

Tengo miedo de convertirme en ella y después lloro desconsolada por los pensamientos terribles. Si los mareos se convierten en constante, entonces mis sueños se hacen mapas precisos y logro despertarme del primero y aparecer en el segundo con la convicción de que es sólo un sueño y no hay por qué temer, que mis miedos son monstruos gigantes de ocho mil quinientas cabezas y que mi cabeza es el peor lugar donde encontrarme conmigo misma.

Mi meta en doce pasos será dejar de pensar tantas locuras de noche para poder descansar y despertar sin ojeras y surcos que manifiesten irrevocables mi edad y un par de años de más, mi meta en doce pasos, será proclamarme enteramente habitante lunar.

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Experta en tripodología felina. Quisiera ser tortuga y vivir en el mar.
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