No sé porque a ella le dio por contar. Siempre ha sido buena en las ciencias exactas, qué lástima.
Contó 50. Los dividió en dos: los primeros veinte y los últimos treinta.
En total, no tenía nada, así que se puso a llorar.
Rememoró los primeros veinte, no le gustó lo que vio. Entonces supo porque se fue, como si huyera de todo, como si comenzara de cero. Tenía muchas esperanzas, era estúpidamente inocente, amor de sobra. Amor, les digo. Tenía amor de sobra.
Treinta años. 30 años. Toda su vida dedicada a quien, desde los últimos cuatro años, la despreciaba, la rechazaba.
Mientras él se cubría en intentos inútiles las evidentes canas del escaso cabello, frente al espejo del baño, ella lo observó… le pareció patético, y aun así lo quería, lo quería más que a ella misma.
Entonces pensó que no sabría qué hacer con ella. Más de la mitad de la vida dedicada a él y ahora él ya no estaba. Más tiempo con él que conmigo misma, pensó.
Contuvo las lágrimas por un momento que le pareció eterno. Esto iba a ser más complicado de lo que creyó.
No era cierto, concluyó por fin, rememorar no es volver a vivir.